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Massive
Attack, “Blue Lines”
N.
El
caso de N. es un tanto peculiar dentro
de mi historial de vivencias amorosas. De nacionalidad rusa, veintiocho años,
cara aniñada, delgada, largas piernas, pelo corto, muy sonriente.
Yo
solía desconfiar de las extranjeras, es una precaución elemental en internet. Aún
así, su forma de expresarse culta y su charla interesante vencieron mis reparos iniciales. Además, la posibilidad de seducir a una
preciosidad 14 años más joven que yo acabó eliminando toda reticencia.
En
las dos primeras citas, diurnas, se mostró amable pero recatada. Al parecer
vivía con un novio que viajaba mucho y ella se aburría bastante. Creo que buscaba
relaciones más amistosas que sexuales.
En
la tercera cita, nocturna, ya accedió a cena, música y copas. Se presentó vestida con tejanos, mala señal… Aunque no es determinante, en una cita la
falda o el vestido (cuanto más corto mejor)
indica cierta predisposición o cuando menos, un deseo de agradar o seducir
y por tanto la posibilidad de que pueda conseguirse algo. Aquí seguro que
alguna feminista pondría el grito en el cielo, pero yo me limito a constatar
hechos experimentados.
A
pesar de los tejanos, conseguí una dosis de besos y magreo. Al acabar la cita, la
acompañé de vuelta a su casa, vivía en una urbanización de lujo frente al mar,
lo cual me dejó un tanto intrigado.
No
volví a saber de ella hasta seis meses después. Yo ya estaba saliendo con otra
chica, pero N. me saludó en el chat y enseguida me sugirió una salida nocturna.
Dudé un poco pero la tentación era demasiado fuerte.
Se conectó por la mañana, nos saludamos y yo mantuve una
distancia inicial, pero pronto vi que estaba amable y con ganas de quedar, sacó
ella el tema del jazz. Me dijo de confirmarlo a las 7 y cuando se conectó
confirmó que sí quería quedar. Tardó un poco en llegar pero cuando la ví aparecer
con unos minipantalones provocativos, tuve claro que podía haber plan. Conversación
formal en el coche, le puse la música de Massive Attack que me había dicho que
le encantaba (a mí también). Tomamos unos pinchos en el vasco de la catedral, y
algo de vino. Después fuimos andando al Harlem, ella iba parloteando, hablando
de viajes que ella había hecho a países exóticos. Esa vida lujosa seguía
intrigándome, pues yo continuaba con el prejuicio de que en el fondo buscaba un
novio rico.
En el Harlem tocaban música brasileña. Estaba bastante
concurrido, nos quedamos de pie en un rincón discreto. La música se fue
animando, pedí una cerveza y ella un gintonic, buena señal. En poco rato la
besé y ella aceptó, con algo de magreo incluido.
En el descanso salimos a fumar, y ella lió un porro.
Volvimos adentro y ya estábamos en plan magreo así que sugerí marcharnos, pero
ella estaba a gusto con su colocón y yo tampoco tenía prisa, valía la pena
disfrutar el momento. Seguimos hasta el final del concierto, luego ella dijo
que quería estirarse un rato, y ya la llevé hacia el coche. Caricias mientras
conducía, empecé por los muslos, seguí por vientre
y metí la mano bajo el pantalón, para acabar bajo el tanga. Noté
humedad con los dedos, así que deduje que la cosa estaba a punto. A 200 por la autopista, ella dijo que le parecía estar en un videojuego... En el portal dijo que sólo subía a ver las
vistas, bueno. Entró y dijo que no estaba a gusto pero fue al baño, mientras tanto puse luces y
velas en el salón y ya empezó a relajarse. Besos y caricias varias, pero no había
manera de quitarle el pantalón. Tuve que hacer diversas maniobras dilatorias,
esperar que se relajara e insistir un poco. Finalmente en la hamaca de la
terraza, con champán, conseguí empezar a besarle los muslos y poner mi boca en su
entrepierna, sobre la ropa. Ahí ella ya se calentó, metí la lengua por el
lateral, ella empezó a gemir y ya conseguí quitarle el pantalón. Via libre.
Tanga negro de encaje, buena calidad. Lamida de coño. Tanga fuera. Más lamida
de coño, yo sentado en el suelo, bonito espectáculo debía ser desde la calle,
seguro, no sé si nos vería alguien. Seguí un buen rato y no había resultado aunque
ella no paraba de gemir (todas las mujeres rusas con las que he estado han sido
muy expresivas en ese sentido, no sé si es coincidencia o es que aprenden a
fingir en la misma escuela). Metí dos dedos en el coño y continué chupando.
Ella apretaba los músculos de la vagina alrededor. Yo los metia y sacaba
mientras seguía chupando clítoris. Le
metí un tercer dedo en el coño. Dentro noté un objeto extraño, supongo un diu.
Curioso. Tras un rato así ya me di por vencido. Ella se lió otro porro, sentada en la
hamaca con el top y el coño al aire. Mientras lo liaba yo se lo acariciaba.
Después de fumarlo traje la crema de masaje y la llevé al sofá. Tendida de espaldas,
la desnudé del todo y le hice el masaje standard, dejando las nalgas para el
final. Empecé a masajearlas, y ella empezó a gemir intensamente, levantando el
culito, yo las toqué a placer y luego le di unos lametazos en todo el coño y el
culo, lo tenía delicioso y de forma perfecta, pequeño, redondo, carne tersa y
dura, coño rosado, poco pelo, rubio. Le lamí un rato el culo así y ya me
levanté a por el condón, me lo iba a poner pero antes le acerqué la polla a la
cara e hice que me la chupara. Lo hizo bien, sacando los labios, y empecé a
bombear, creo que me habría dejado correrme en su cara, pero yo quería follarla, me puse el
condón y la penetré desde atrás.
(En aquella época, al llegar a este punto solía detenerme
un instante a pensar en aquello de “otro ejemplar en la colección”…)
Ya sólo faltaba rematar la faena. Le cogí del pelo, rubio
y fino, y le estiré la cabeza hacia atrás, con fuerza, le encantó. La follé así
unos minutos y me corrí…
Tras el descanso ella dijo que tenía hambre, le saqué
fruta con chocolate. Le encantó. Cogí chocolate con el dedo y se lo metí en la
boca, ella de pie, yo a su espalda tocándole el coño con la otra mano… Ella
hubiera vuelto a empezar a follar, probablemente no había conseguido su orgasmo
a pesar de mis esfuerzos, pero yo ya estaba cansado y tenía que madrugar. Le
dije de quedarse a dormir pero no quiso, no insistí, nos vestimos y la llevé a
su casa.
***********
Una
semana más tarde me propuso ir a la playa.
La
verdad es que en otro momento de mi vida yo habría aceptado sin dudar, era un
verdadero regalo en bandeja. Sin embargo, yo en aquel tiempo estaba inmerso en
la fase inicial de otra relación prometedora y absorbente, y sinceramente no me
quedaba energía ni tiempo para atender a una amante ocasional, por muy tentador
que fuese su ofrecimiento. Por diversos
motivos, - diferencia de edad, de origen, de lengua materna, de intereses –
nuestra conexión no pasaba de ser aceptable, lo justo para pasar unas horas
agradables, no daba para mantener una relación seria, ni tampoco ella tenía esa
intención conmigo. De modo que me excusé amablemente.
Dos
semanas más tarde, tras un fin de semana que estuve ausente, recibí otro
mensaje suyo diciendo que le habría gustado quedar ese finde. Bueno, está claro
que le había dejado buen recuerdo, pero como digo, las circunstancias nos
llevaron por caminos divergentes.
Pasó el
tiempo, sin más contacto, hasta siete años después, un encuentro casual en un
café. Yo estaba saliendo con otra chica, y ella se había separado
recientemente. Quedamos a tomar algo unos días más tarde. Ella me tanteaba más
que nada para ampliar su círculo de amistades de conocidos, por si le podía
presentar a algún amigo bien situado. Yo comprendí la jugada y no volví a
llamarla.
Perdimos
de nuevo el contacto otros seis meses, nuestras situaciones respectivas no
habían variado, yo mantenía por entonces una relación de baja intensidad que
por un lado era cómoda, pero por otro no colmaba mis aspiraciones.
Volvimos
a quedar un par de veces, la primera una cita inocente para comer, la segunda para
cenar, ya más dispuesta, incluso me envió una foto sugerente el día anterior. Sin
embargo, las cosas habían cambiado mucho en ocho años, yo había perdido ya
mucho interés por los polvos esporádicos, lo que deseaba realmente era una
relación estable y definitiva, y la conexión con N. era prácticamente nula, por
diferencia de edad y de intereses. Seguía siendo atractiva, pero por varios comentarios durante la velada dejó entrever que lo que realmente buscaba era un tío con pasta que sufragara sus caprichos y viajecitos caros. De modo que todo el conjunto motivó que yo no pusiera
gran interés en el proceso de seducción. Aún así, hubo besos y magreo en el
coche, yo sugerí subir a casa, ella no quiso. Se dejó hacer tocamientos varios
sin ningún problema, incluido un breve cunilingus, pero no pasó de ahí.
Después
de aquella última cita decidí que no me valía la pena arriesgar la relación que
ya tenía. Ella también debió notar mi falta de entusiasmo, de manera que esa
fue la última vez que nos vimos. A veces
es mejor conservar los buenos recuerdos y no intentar revivirlos…
En todo
caso, cuando escucho Massive Attack siempre evoco aquel polvo memorable en la
terraza, una lejana noche de septiembre.
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