viernes, 2 de octubre de 2015

Primera cita

Llegas a la cita casi puntual, sin prisa, con una mezcla de desconfianza y expectación.
Te acercas, con mirada dubitativa, media sonrisa,
-”¿Eres tú?”- Te devuelve la sonrisa y una mirada de aprobación, dos besos. Intercambias las primeras palabras de cortesía, mientras analizas sus gestos, su tono de voz, su indumentaria, sus movimientos.
Camináis despacio hacia el local. Entras en la cálida penumbra, y aprovechas la pausa mientras os indican una mesa tenuemente iluminada en un rincón discreto, para continuar disimuladamente la observación, sin concluir nada aún, sin descartar nada aún.
Reanudas la conversación mientras os sentáis. Los comentarios sobre la carta y el pequeño ritual del camarero tomando nota os dan excusa para seguir poco a poco rompiendo el hielo:
- “Bueno, cuéntame... sé muy poco de ti...” - le dices. Y le empiezas a interrogar sobre su vida, sobre sus anhelos, sus vacíos, sus deseos. Responde a su vez, y ese hielo empieza a derretirse poco a poco, las miradas se entrecruzan, breves al principio, más largas según pasan los minutos.
Avanza la noche, despacio, y el brillo de las pupilas se incrementa con cada sorbo de vino. Te sirve en tu copa y las manos se rozan, casi por casualidad, esas manos que también has observado con disimulo, como cada detalle de su rostro. Te vas sintiendo a gusto en el intercambio de frases, las confidencias empiezan a hacerse más intimas,  se acentúan las sonrisas, van cayendo las barreras.
-”¿Compartimos postre?” - sugiere, y mientras esperáis ya se llenan los silencios con miradas que empiezan decir más que las palabras... Colocan el postre en el centro de la mesa y te inclinas levemente hacia delante, paladeas el sabor dulce y untuoso, todos tus sentidos se dejan llevar por el momento, el ambiente, los sabores, los vapores del alcohol.
El tiempo ha pasado deprisa, sin saber cómo. Te propone una copa, un poco de música. Camináis lentamente, uno junto al otro, los pasos resuenan en las calles empedradas, los pensamientos flotan, revueltos, ingrávidos en el aire frío de la noche. 
El nuevo local está oscuro, concurrido. Hay un ambiente distendido, los asistentes se dejan llevar por una música lenta y sensual. Te sientas de cara al escenario y guardas silencio mientras observas a los músicos. Cae una copa, y luego otra, envueltos ya en un extraño bienestar, en una excitación latente que empieza tomar forma. 
Es el segundo brindis...  te mira fijamente a los ojos y tus latidos se aceleran en una espiral repentina y vertiginosa. Acerca lentamente su rostro  y se detiene con malicia, sus labios separados de los tuyos por efímeros milímetros