miércoles, 17 de octubre de 2012

La felicidad era esto.

Salí de trabajar, eran las diez de la mañana. Siguiendo un impulso me acerqué a la playa. El dia era radiante, sol y viento, fresco y cálido. El mar rugía alegre, los penachos de espuma saltaban, el azul centelleaba bajo el sol.
Aparqué el coche, caminé hasta la playa, casi desierta. EL viento peinaba la arena, corría alegre entre las tablas de los cenadores cerrados. Las olas lamían la arena, una y otra vez, rozando mis pies que caminan siguiendo su huella mojada.
Camino, camino, camino, sintiendo la caricia del sol en mi cara y el olor a salitre entrando en mis pulmones.
Llego a la escollera, me encaramo por las rocas, contemplo el mar a mis pies, las olas se estrellan, furiosas, hasta que consiguen salpicarme, me río, me han pillado.
Sigo caminando hasta la bocana, la luz del sol se refleja brillante, hasta el horizonte diáfano. Miro los grandes yates amarrados, venidos de tierras lejanas, evocando aventura y poderío.

Hago fotos al mar, en vano intento de encerrar la belleza en una cajita y llevármela conmigo.

Emprendo el camino de vuelta, entre contento y melancólico, consciente de mi suerte en la vida, pero añorando una vez más, con amargura,  compartir mi placer.

¿Amargura? Si la felicidad era esto...