martes, 9 de febrero de 2021

Amores crepusculares (III).

Parece mentira, a tus años… 


Quedamos en la esquina de Aragon con Ramblas. 

Aparece sonriente, como en las fotos.  Unos 45 años, 167 de estatura, 62 kilos, pelo corto, ojos verdes, rasgos agradables.  Un poco alta para mí, pero eso siempre añade un pequeño plus al desafío de la conquista.


Empezamos a chatear un martes y nos hemos citado el sábado. 


No es una mujer muy atractiva pero tampoco está mal. En las primeras frases se muestra jovial, amable, incluso afectuosa.  En el saludo inicial ya he notado una proximidad corporal poco convencional. Lleva  un abrigo largo, aún no puedo juzgar su cuerpo.


No tenemos plan preconcebido, vamos a comer por allí cerca, al Cinco Jotas.  Conversamos mientras vamos de camino. En el restaurante pedimos copas de vino y compartimos los platos.  Noto que ella está a gusto, aproxima las manos a las mías, yo no las rozo pero podría hacerlo. 


Me propone postre en Mauri, pastelito y cafés.  Nos sentamos cerca uno del otro, pero no es sitio apropiado para roces. 


No es mi tipo ideal de mujer, pero aún así hay cierto morbillo. Tengo una tarde libre que hay que aprovechar de algún modo. Le propongo copa y acepta, pero que sea fuera de bcn. Ok, vamos hasta el coche y conduzco hacia la playa. Me pregunta dónde vamos, propongo una cocktelería tranquila, le parece buena idea, la conoce.  Llegamos, estamos casi solos, ella elige un sofá escondido y me deja sitio a su lado. Vaya, que su predisposición está bien clara. Pedimos un gintonic para mí y un tequila para ella. 


Aprovecho los primeros sorbos para tantear el beso: en efecto,  lo estaba esperando. Un beso largo, un par de minutos comiéndonos la boca. Tiene labios sensuales y es agradable, yo me río para mis adentros, es todo tan fácil, noto que tengo yo el dominio de la situación. 


Nos pasamos una media hora besándonos. Tiene un cuerpo regular, no tan delgado como a mi me gusta, pero aceptable. Las tetas muy bien,  consigo tocárselas pero me corto porque no quiero dar espectáculo a  los camareros.  Le propongo  ir a mi casa pero pone la excusa  de que ha quedado con una amiga  a las ocho. 


Bueno, salimos abrazados, subimos al coche y de camino hacia la estación me dice que aparque diez minutos para el último beso… Aparco en una calle medio oscura. El coche deportivo es un poco incómodo, nos sentamos en el asiento de atrás, más estrecho pero sin la palanca de cambio en el centro.  Reanudamos los  besos y  empiezo a explorar bajo su ropa. Le subo el jersey para besarle los pezones. Ella está ya caliente, se desabrocha el sujetador y entonces le descubro las tetas. Como yo suponía, las tiene bonitas y firmes, los pezones erectos y duros, ni grandes ni pequeños. Me paso un rato chupándoselos y mordiéndoselos, veo que le gusta esto último. Se pone caliente y me empieza a decir alguna obscenidad,  que puedo tener sus tetas siempre que quiera, para lamerlas cuando me plazca. Le contesto que le comería el coño y ella que me comería la polla. Me acaricia el pantalón y yo me lo desabrocho para facilitar el acceso… Ella se inclina sin dudar. 


Tengo sólo media erección, pero ella se la mete en la boca, yo guio con la mano para que se acabe de endurecer, y entonces le follo la boca, lentamente.  Hago que me chupe bien el pene y luego le digo que siga con los huevos. Los lame un poco pero prefiere la polla, más accesible.  La postura en el asiento del coche no da para muchas filigranas. Está un buen rato chupándomela, se la meto hasta el fondo de la garganta.  Posiblemente ella habría continuado hasta el final pero yo estoy incómodo y prefiero dejarlo ahí.  Por quedar bien le digo que me deje el coño, ella dice que no, que le encantaria que se la metiera pero mejor otro día. 


Nos recomponemos, divertidos. Ella se ríe, dice que hacía veinte años que no lo hacía en un coche.


Pues sí… yo también.  


Parece mentira, a tus años...


(Enero 2017)






martes, 17 de noviembre de 2020

Amores crepusculares. (II)

 Gerona. 


Después de  algún breve chat quedamos en su ciudad, Gerona, un miércoles de enero por la tarde.

Edad, cincuenta y pico. Son muchos años pero de nuevo la sequía me impele a aceptar la cita... Las fotos son aceptables. 

La espero en la calle. Se acerca una mujer que se me queda mirando, deduzco que es ella.  Poco parecido con las fotos, que claramente son de hace siete años.  Pelo liso, algunas arrugas, representa perfectamente sus 54 años. Resignación. 

Andamos un poco y me lleva a un bar de vinos agradable. Pedimos dos copas y una tabla de  quesos de la región.  Hablamos un rato de vida, niños, separaciones y meetic. Es agradable, seria. Bastante desilusionada, no le gustan los tíos que ha conocido. Algún rollete, pero los que le gustan no la llaman, claro. Yo no la veo atractiva, sosita de cara, ojos pequeños y labios finos.  Delgada, eso sí.  Se levanta al baño, observo sus pantalones, unas piernas estilizadas y un culo contorneado. 


La noto a gusto conmigo, pero yo no doy pie a nada. Pedimos otra de vino,  hay cierta complicidad verbal. Miro el reloj, las 21.30 y pido la cuenta, pensando en largarme. Ella se adelanta y paga, 25 eur.  Me dejo invitar. 

Salimos del bar y no me atrevo a decir que me largo, pero tampoco sé de qué más vamos a hablar en la posible cena. Por otro lado me jode coger ya el coche de vuelta, y dar la noche por  perdida. 

Ella propone dar una vuelta por las callejuelas del casco antiguo.  Me lleva hasta un rincón pintoresco con una escalera medieval.  Me explica cosas de la historia de la ciudad, acercándose mucho, es evidente que le gusto, descaradamente. Y yo pienso en volver a casa solo y aburrido  y pienso "54 años, vale, pero no está tan mal, es delgada… ¿Cómo será hacerlo con una mujer mayor, como tantos chicos jóvenes lo hacen?.  Nadie me conoce en Gerona y a quién le importa con quién me acuesto, no es una conquista para enorgullecerse pero un polvo es un polvo... Una experiencia sexual vacía es mejor que ninguna experiencia, como decía el maestro Allen". 


Me pregunta “- Qué quieres hacer?”. Sonrío, le acaricio la cara y le digo, “Esto”  - y la beso. Se ríe y se deja. Me besa a mi también. Me dice que sé besar, que ya lo debo saber…Sí, lo sé.


Me pregunta otra vez, “ - ¿Dónde te gustaría ir?”  y le digo que a su casa. Se ríe, pero acepta. Insiste si  quiero comer algo, digo que sí, pero otra cosa.  Se ríe.  Nos besamos otra vez y vamos caminando al coche, ya de la mano. 


Subimos a su casa, un piso céntrico. La beso en el ascensor. Entramos en el piso, me sorprende mucho la decoración y la amplitud. Es moderno, con estilo, muchos cuadros y algunas esculturas, precioso. Cocina de diseño espectacular. 


Nos sentamos en el sofá, algunos besos, le pido una copa y que ponga algo de música. En la cocina hacemos un gintonic para mí  y  una caipirinha para ella.  De nuevo en el sofá, besos largos, le empiezo a meter mano. Espalda, torso. Le desabrocho el pantalón. Se lo quita. Zapatos y calcetines. Le acaricio un poco y ya le quito las bragas. Ella se va riendo un poco avergonzada. Yo voy sobre seguro, sé que le gusto y que está encantada de que le haga un favor. 


Bueno allá voy. Le beso un poco el vientre y los muslos y ya le como el coño. Lo tiene casi depilado, muy poco vello. Olor a sexo, pero agradable. Se humedece. Le hago un cunilingus "standard" sin lamer profundamente, sólo clitoris. Introduzco un dedo en la vagina, luego dos. Pronto empieza a gemir. Tarda unos minutos y se corre, incluso dos veces diría yo. Jadea suavemente. 


Bueno yo considero que ya he cumplido. Aún estoy vestido, ella desnuda de cintura para abajo. Me quito zapatos y pantalones, pues no la veo a ella muy decidida,  pero yo pienso "cobrar el servicio".  Me desabrocho la camisa, ella sentada en el sofá, me quito el slip. Me coge la polla, sin apenas erección, yo le ayudo un poco y le busco la boca, se la mete. Va creciendo, le marco yo el ritmo despacio y ya crece del todo, le penetro la boca lentamente hasta el fondo, ella colabora. Le cojo la cabeza y me muevo lentamente, recreándome. La saco y hago que me chupe el pene y luego los huevos. Estan bien depilados, así que le gusta,  se aplica un buen rato a comérmelos. Tras un rato así la tumbo en el sofá. Se la meto otra vez en la boca, de lado.  Ya busco condón y me lo pongo. 


La penetro por delante sin mucha ceremonia, la saco, vuelvo a entrar. Ella disfruta… Le separo las piernas, se las levanto arriba, y la follo un rato así, abierta.


“- No te esperabas acabar así la noche” – le digo, mirándola a los ojos, con mi polla clavada en su interior.

 “- No…” - contesta ella.


 Le digo algunas guarradas más, para acentuar el morbo de la situación. Al rato le digo que se dé la vuelta. Se arrodilla en el sofá, y yo de pie la penetro por detrás. Así estamos un rato largo. Al ir cambiando de posición, buscando que saque bien el culo, pierdo bastante erección. Cosas de la edad. Sigo bombeando bastante rato, recupero una erección aceptable pero veo que me será difícil correrme. Me quito el condón y le pregunto si puedo metérsela sin, no pone muchos reparos. Casi he perdido erección del todo pero recupero penetrándola. Me concentro,  la saco y le digo que me de la boca, dice que no, bueno, es comprensible. Sigo yo con la mano y me corro sobre su espalda, agotado y satisfecho. Me derrumbo en el sofá, ella se va al baño. Luego me ducho yo. 


Los dos estamos satisfechos, sonrientes. Yo un poco desconcertado, no sé, de repente pienso que he basado mis relaciones en la búsqueda de una mujer perfecta y al final resulta que todos los cuerpos son iguales y disfrutas igual. Ya no necesito exhibir conquistas ante nadie, ni tampoco ante mí mismo.

 

Por otro lado, ha sido una sensación extraña, dominar la situación, saber que sólo tenía que  proponerlo y que ella aceptaría tener sexo, encantada. No tener la sensación de tener que ganármelo como habría sucedido con una mujer más joven y atractiva.

 

Charlamos brevemente, me visto, me despido con besos y caricias. Estamos de pie junto a la puerta, yo ya vestido y ella cubierta sólo con la toalla. La beso deslizándosela hasta el suelo, la dejo desnuda de pie mientras la magreo,  recreándome en mi dominio sobre ella. 


Salgo a la calle, camino hacia el coche, un tanto turbado, divertido y sorprendido de cómo ha acabado la noche.


De vez en cuando, la vida... Como en los viejos tiempos…


martes, 10 de noviembre de 2020

Amores crepusculares (I).

Kiev.


Mi última etapa en Meetic tuvo lugar cuando yo ya había cumplido 52 años. Es decir, me había adentrado ya sin lugar a dudas en la “edad madura”.


De todos es sabido a estas alturas que el mercado de las citas en internet se rige, por lo general, por reglas simples. Tanto ofreces, tanto obtienes. Ser mayor de 50 años, por tanto, te sitúa automática e inexorablemente en el sector marginal del mercado. Y si ya de por sí la competencia es feroz estando en la cresta de la ola, os podéis imaginar lo que cuesta labrarse un hueco en la periferia.


Aún con todo, algo más había cambiado en la red desde la última vez que estuve por allí, porque incluso falsificando edad y fotos, conseguir una cita prometedora resultó ser tarea harto difícil. 


La verdad es que no conseguí entender la razón para esa carencia de resultados. Posiblemente tuvo mucho que ver el hecho de que yo mismo ya estaba bastante desengañado, desanimado y desmotivado para proseguir con afán una búsqueda que ya se había prolongado demasiados años. A veces no nos damos cuenta, pero la energía interior  -y su carencia- se transmite a nuestros actos, actitudes y expresiones, y ello se traduce en el éxito o fracaso de nuestros planes.


El caso es que tardé varios meses en conseguir una nueva conquista. Por fín llegó, la número treinta y cinco, en la forma de una bella mujer ukraniana de 44 años, llamémosle K.


La cita fue en un pequeño restaurante cerca de la Via Augusta, a mediodía. Yo nunca había sido partidario de citas a mediodía, ni tampoco de citarme con extracomunitarias, pero como he dicho antes, no estaba mi agenda para andar con muchos remilgos. 


La chica hablaba bien el español, llevaba más de diez años en España y tenía un negocio propio de estética en el centro de Barcelona. Sin ser una belleza espectacular, pasaba el filtro con holgura. Su conversación era agradable, de hecho hacía gala de una interesante educación adquirida en  los tiempos soviéticos, y el conjunto me resultaba de un exotismo excitante. 


Prolongamos la sobremesa un rato y ya adentrada la tarde le propuse continuar con una copa. Aceptó y la conduje a una discreta coctelería de la calle Mallorca que tiene un apartado rincón con sofás muy adecuado para parejas que desean cierta intimidad. 

A K. le gustó el local y ya con las copas servidas empecé las clásicas maniobras de tanteo y derribo. Sus defensas aguantaron hasta el segundo gin tonic y luego ya nos pasamos un buen rato comiéndonos la boca y algo de magreo. A las 8 de la tarde cambiamos de local por una sala de jazz, y ya de noche le propuse hotel pero se ve que era de la cofradía del Not On The First Date y la acompañé hasta su casa en el Poble Nou.

La segunda cita transcurrió de forma parecida, cena y copa. Curiosamente el polvo se frustró porque al preguntar en un hotel del Barrio Gotico por habitaciones, en recepción me exigieron documentación mía y suya, ella no la llevaba encima y no quisieron admitirnos. Ella no quiso ir a otro hotel, de modo que la acompañé de nuevo a su casa. Como premio de consolación,  tras el magreo de despedida en el coche me obsequió con una breve pero voluntariosa mamada... Aunque no llegué a correrme, di la noche por bien empleada.


En la tercera cita tiré la casa por la ventana y la llevé directamente a un hotel de lujo. Antes de cenar  le propuse subir a la habitación para “ver las vistas”…  En efecto,  al ver la habitación “se le cayeron las bragas al suelo”, literalmente. 


El polvo estuvo muy bien. Ella, como buena eslava, gemía como una loca, y fuera fingido o no, pareció pasarlo estupendamente. Yo también.


Cenamos en el hotel, y tras una copa volvimos a la habitación:


“Me meto en la ducha con ella y nos enrrollamos con el jabón. Veo que me vuelve la erección. Me arrodillo a comerle el coño bajo la ducha, gime de gusto y posiblemente se corre. Es una mujer de orgasmo fácil creo yo. Le doy la vuelta y la penetro por detrás, yo de pie y ella inclinada sobre el banco de la ducha, que tiene dimensiones apropiadas para ejecutar este tipo de maniobras con la comodidad de un cinco estrellas. Unas embestidas con cuidado de no correrme, y ya nos secamos. “Aun no he acabado contigo...” - le digo. 


Le indico que se ponga a cuatro patas sobre la cama, mirando al espejo de la pared. Saco los látigos. Empiezo acariciándole con la pluma entre las piernas, deslizándola lentamente por el culo y el coño. Ella va gimiendo de gusto. Sigo con un látigo pequeño, primero acaricio y luego algunos golpes, nalgas, ano y vulva.  Cuando le doy fuerte grita y si acaricio suave gime. Va sacando el culo como una perra. Ya saco el látigo grande, caricias, golpes y  lo alterno con lamidas de culo y coño, se lo como todo…  Gime de gusto mientras va soltando tacos en ruso que no entiendo, pero me encanta la sonoridad del ruso.  "Zuka", repite varias veces. "Cabrón", dice entre jadeos...  La penetro sin condón mientras la azoto, se está volviendo loca de placer, le cojo el pelo y le estiro hacia atrás la cabeza. Ya la saco para ponerme el condón pero antes hago que la chupe con los jugos de su coño, me pregunta "qué vas a hacer" y creo que se está insinuando para que se la meta por el culo, se lo pregunto y no dice que no…

 

Me espera tumbada boca abajo, así que cojo lubricante y le meto todo el pulgar en el culo, metiendo y sacando la falange para que dilate.  La veo bien dispuesta así que ya con el condón puesto dirijo el pene a su ano y empiezo a presionar. Entra sin ninguna dificultad, poco a poco y gime en ruso como una perra… Se la meto hasta dentro, ella misma jadea que le folle el culo, bombeo sin miramiento un buen rato (es el segundo de la noche) y consigo correrme. Ella no sé si se ha corrido pero le ha gustado, desde luego.

 

Luego me dice que ha sido su primera penetración anal, que era su fantasía prohibida...


 En resumen: un polvo de libro.