martes, 10 de noviembre de 2020

Amores crepusculares (I).

Kiev.


Mi última etapa en Meetic tuvo lugar cuando yo ya había cumplido 52 años. Es decir, me había adentrado ya sin lugar a dudas en la “edad madura”.


De todos es sabido a estas alturas que el mercado de las citas en internet se rige, por lo general, por reglas simples. Tanto ofreces, tanto obtienes. Ser mayor de 50 años, por tanto, te sitúa automática e inexorablemente en el sector marginal del mercado. Y si ya de por sí la competencia es feroz estando en la cresta de la ola, os podéis imaginar lo que cuesta labrarse un hueco en la periferia.


Aún con todo, algo más había cambiado en la red desde la última vez que estuve por allí, porque incluso falsificando edad y fotos, conseguir una cita prometedora resultó ser tarea harto difícil. 


La verdad es que no conseguí entender la razón para esa carencia de resultados. Posiblemente tuvo mucho que ver el hecho de que yo mismo ya estaba bastante desengañado, desanimado y desmotivado para proseguir con afán una búsqueda que ya se había prolongado demasiados años. A veces no nos damos cuenta, pero la energía interior  -y su carencia- se transmite a nuestros actos, actitudes y expresiones, y ello se traduce en el éxito o fracaso de nuestros planes.


El caso es que tardé varios meses en conseguir una nueva conquista. Por fín llegó, la número treinta y cinco, en la forma de una bella mujer ukraniana de 44 años, llamémosle K.


La cita fue en un pequeño restaurante cerca de la Via Augusta, a mediodía. Yo nunca había sido partidario de citas a mediodía, ni tampoco de citarme con extracomunitarias, pero como he dicho antes, no estaba mi agenda para andar con muchos remilgos. 


La chica hablaba bien el español, llevaba más de diez años en España y tenía un negocio propio de estética en el centro de Barcelona. Sin ser una belleza espectacular, pasaba el filtro con holgura. Su conversación era agradable, de hecho hacía gala de una interesante educación adquirida en  los tiempos soviéticos, y el conjunto me resultaba de un exotismo excitante. 


Prolongamos la sobremesa un rato y ya adentrada la tarde le propuse continuar con una copa. Aceptó y la conduje a una discreta coctelería de la calle Mallorca que tiene un apartado rincón con sofás muy adecuado para parejas que desean cierta intimidad. 

A K. le gustó el local y ya con las copas servidas empecé las clásicas maniobras de tanteo y derribo. Sus defensas aguantaron hasta el segundo gin tonic y luego ya nos pasamos un buen rato comiéndonos la boca y algo de magreo. A las 8 de la tarde cambiamos de local por una sala de jazz, y ya de noche le propuse hotel pero se ve que era de la cofradía del Not On The First Date y la acompañé hasta su casa en el Poble Nou.

La segunda cita transcurrió de forma parecida, cena y copa. Curiosamente el polvo se frustró porque al preguntar en un hotel del Barrio Gotico por habitaciones, en recepción me exigieron documentación mía y suya, ella no la llevaba encima y no quisieron admitirnos. Ella no quiso ir a otro hotel, de modo que la acompañé de nuevo a su casa. Como premio de consolación,  tras el magreo de despedida en el coche me obsequió con una breve pero voluntariosa mamada... Aunque no llegué a correrme, di la noche por bien empleada.


En la tercera cita tiré la casa por la ventana y la llevé directamente a un hotel de lujo. Antes de cenar  le propuse subir a la habitación para “ver las vistas”…  En efecto,  al ver la habitación “se le cayeron las bragas al suelo”, literalmente. 


El polvo estuvo muy bien. Ella, como buena eslava, gemía como una loca, y fuera fingido o no, pareció pasarlo estupendamente. Yo también.


Cenamos en el hotel, y tras una copa volvimos a la habitación:


“Me meto en la ducha con ella y nos enrrollamos con el jabón. Veo que me vuelve la erección. Me arrodillo a comerle el coño bajo la ducha, gime de gusto y posiblemente se corre. Es una mujer de orgasmo fácil creo yo. Le doy la vuelta y la penetro por detrás, yo de pie y ella inclinada sobre el banco de la ducha, que tiene dimensiones apropiadas para ejecutar este tipo de maniobras con la comodidad de un cinco estrellas. Unas embestidas con cuidado de no correrme, y ya nos secamos. “Aun no he acabado contigo...” - le digo. 


Le indico que se ponga a cuatro patas sobre la cama, mirando al espejo de la pared. Saco los látigos. Empiezo acariciándole con la pluma entre las piernas, deslizándola lentamente por el culo y el coño. Ella va gimiendo de gusto. Sigo con un látigo pequeño, primero acaricio y luego algunos golpes, nalgas, ano y vulva.  Cuando le doy fuerte grita y si acaricio suave gime. Va sacando el culo como una perra. Ya saco el látigo grande, caricias, golpes y  lo alterno con lamidas de culo y coño, se lo como todo…  Gime de gusto mientras va soltando tacos en ruso que no entiendo, pero me encanta la sonoridad del ruso.  "Zuka", repite varias veces. "Cabrón", dice entre jadeos...  La penetro sin condón mientras la azoto, se está volviendo loca de placer, le cojo el pelo y le estiro hacia atrás la cabeza. Ya la saco para ponerme el condón pero antes hago que la chupe con los jugos de su coño, me pregunta "qué vas a hacer" y creo que se está insinuando para que se la meta por el culo, se lo pregunto y no dice que no…

 

Me espera tumbada boca abajo, así que cojo lubricante y le meto todo el pulgar en el culo, metiendo y sacando la falange para que dilate.  La veo bien dispuesta así que ya con el condón puesto dirijo el pene a su ano y empiezo a presionar. Entra sin ninguna dificultad, poco a poco y gime en ruso como una perra… Se la meto hasta dentro, ella misma jadea que le folle el culo, bombeo sin miramiento un buen rato (es el segundo de la noche) y consigo correrme. Ella no sé si se ha corrido pero le ha gustado, desde luego.

 

Luego me dice que ha sido su primera penetración anal, que era su fantasía prohibida...


 En resumen: un polvo de libro.


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