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Habiamos quedado en
el Café de la Opera, a las doce.
Llegué puntual, raro en mí, un par de minutos
antes. Ella no estaba. Pasaron las 12 y 5 y seguía sin venir. Yo empecé a temer lo
peor. Escrutaba las caras de los transeúntes, intentando reconocerla por la
foto que me había enviado. De repente una chica se acercaba por la acera, a
unos 20 m. Sin tiempo de reconocerla, me sonrió y me hizo una seña. Yo no daba
crédito a mis ojos. Era guapísima, morena, pelo brillante, ojos oscuros,
pequeña de estatura.
Nos dimos dos besos,
qué tal, M. Bromeamos, ya pensaba que me dabas plantón, etc. Decidimos pasear rambla abajo, hacía un sol
radiante. Ella caminaba deprisa, yo iba
más despacio. Era simpática y charlatana, sonreía mucho. Llegamos al maremagnum
y nos sentamos en una terraza. Fuimos desgranando conversaciones, temas,
familia, aficiones, viajes, experiencias.
La charla fluía sin
dificultad, sin silencios embarazosos, con alguna broma, sin entrar en muchas
intimidades aún.
Llegó la una y pico y nos levantamos para ir a buscar el
coche. Parking, Via Laietana, Hotel Claris. Dejé el coche con el portero y
entramos. El restaurante, “East47”,
estaba desierto, aburrido, y la decoración no era tan impresionante como
decía la guia. Yo no estaba a gusto e insistí para marcharnos a la Brasserie
Flo. Coche en el parking de Urquinaona y caminamos hasta allí. Mesa céntrica,
correcta. Ella dijo que prefería los salones pequeños, pero bien. La carta no
era impresionante, pero suficiente. Me propuso compartir ensalada de primero.
Esto me sorprendió agradablemente, indicaba cierta confianza. Me dejó escoger el vino, blanco. La ensalada
no le gustó mucho, de endivias, no nos la acabamos. Me fijé que la primera copa
de vino había desaparecido.
El segundo plato estuvo mejor, y también lo compartimos.
La conversación se habia hecho ya más íntima, sobre amistades, amores... En algún momento le dije varios piropos, tan
a cuento como pude, y los aceptó con una sonrisa. Al acabar el segundo, ella
seguía inclinada hacia delante sobre la mesa, indicando interés. Nuestras
miradas eran directas, muy cercanas, a los ojos. Hubo algún movimiento de manos sobre la mesa
que podria haber acabado en roce, pero no llegamos a tocarnos.
Compartimos el
postre también. Ella no dejó de sonreir. Tan solo le puso nerviosa en alguna
ocasión alguna mirada mía excesivamente fija en sus ojos. Me levanté para ir al
servicio. Recordé otra ocasión parecida, pero no quise pensar mucho. La
situación actual me parecía absolutamente irreal.
Pagué y nos fuimos, volvimos
a Urquinanona, eran las 4 y algo. Le
pregunté qué le apetecía hacer y no pude dar crédito a mis oidos cuando dijo
“lo que quieras”, indicando que quería seguir conmigo. Habíamos hablado de ver
exposiciones así que sugerí acercarnos al MACBA.
Laietana, Comtal, Sta Ana,
Ramblas, carrer del Carme. Llevábamos más de cuatro horas juntos y apenas había habido
pausas en la conversación, si bien el ritmo era tranquilo, con buena
alternancia entre ambos. Mientras caminábamos y hablábamos ya hubo algún
pequeño contacto en el brazo, en la mano.
Entramos en el
museo, quería pagar ella la entrada pero no le dejé. Vimos la planta baja y nos
burlamos un poco de la falta de interés del montaje. Subimos al primer piso,
había algunos cuadros abstractos, sin apenas interés y algunas fotos. Llegamos
a una sala diferente, que nos sorprendió, oscura, con un mural en forma de
capilla kitsch muy almodovariana,
iluminada con luces de colores y donde una serie de objetos sin sentido se
alineaban alrededor de imágenes como de santos o vírgenes, mientras sonaba un
bolero de Antonio Machín. Había un banco frente al montaje y me senté, ella se
sentó junto a mí. Era la primera vez en todo el día que nos encontrábamos en
esa posición.
La sala estaba en
penumbra. Hicimos algún comentario y después quedamos en silencio, uno junto al
otro. Yo procuraba estar sentado lo más cerca posible de ella. La miré, pero
ella sonrió y apartó la mirada. Yo sabía que era el momento de insinuar algo,
pero el hecho de que rehuyera mi mirada me detuvo, no pude decidirme... sólo había besado a tres mujeres en toda mi vida, la inseguridad de la inexperiencia me dominaba.
Pasó el momento, nos
levantamos y continuamos la visita por el piso superior. Nada nos gustó, y
empezamos a descender. Desde arriba se oía la música de aquella sala y
comentamos que aquello había sido lo
mejor de la visita. Me dirigí decidido hacia allí, de nuevo. En efecto volvimos
a sentarnos en el banco y a mirar el mural y nos fijamos en algunos de los
objetos divertidos que figuraban. De nuevo se hizo un silencio, para mí tenso y
angustioso, pues debía decidirme. Ella evitaba mi mirada, pero sonreía.
“¿Quieres probar?” –
susurré por fin. Ella me entendió perfectamente. “No” – dijo suavemente. Hice
una pausa e insistí: -“Seguro que no quieres probar?” Ella repitió “No”, débilmente. Yo decidí
intentarlo. Me giré hacia ella y acerqué mi rostro al suyo. Ella no rehuyó.
Rocé su barbilla con mi mano y acerqué mis labios a los suyos. Ella aceptó el
movimiento y nos besamos, suavemente primero, luego más intensamente, ya un
beso largo y húmedo. Ella escondió la cabeza en mi hombro, yo la abracé. Su
pelo suave rozaba mi mejilla. Yo seguía sin creer lo que estaba sucediendo. Le
acaricié el pelo, cogí su mano, besé su frente, su rostro, suavemente, volvimos
a besarnos, largamente, apasionadamente, ahora ya abrazados, estrechando su
cuerpo entre mis brazos. Su boca era fresca, suave y cálida, sus besos
apasionados, recorriendo mi boca con labios y lengua. Deslicé la mano derecha
por sus piernas, sobre el pantalón, pero no me dejó pasar del muslo. Estuvimos así varios minutos, besandonos,
haciendo pausas, abrazados. Apenas dijimos nada, alguna palabra suelta,
-“M., eres maravillosa...”.
Los seguratas del
museo ya empezaban a mirarnos, así que decidimos levantarnos y marchar.
Caminamos cogidos por la cintura, sin hablar apenas. No estábamos especialmente
alegres, más bien como desconcertados, sin saber qué pensar. Las implicaciones
de lo sucedido daban vueltas en mi cabeza como en un tiovivo, pero era mejor no pensar en nada.
Salimos a la calle. Yo estaba seco, necesitaba beber agua. Llamé por teléfono a
casa, eran casi las 6. Hablé con mi mujer. Le dí una excusa para llegar más tarde,
no hubo problema.
Compramos unas
botellas de agua y caminamos por calles del barrio chino, cogidos de la mano o
de la cintura, entramos en el claustro de la Biblioteca de Catalunya. Yo
terminé de beber. Había un pozo cegado, hicimos broma sobre el pozo de los
deseos. Yo dije que ya había pensado mi deseo y la cogí por la cintura,
volvimos a besarnos, de pie, largamente, yo tenía los brazos por debajo de su
abrigo y estrechaba su cuerpo contra el mío, por su cintura, sus hombros, sus
nalgas. Ella devolvía los besos y
respiraba agitadamente, para acabar escondiendo la cara sobre mi pecho.
Pasaba gente
alrededor y continuamos caminando, mercat de la Boqueria, Ramblas, Plaça del
Pi. Me llevó a una cafetería muy íntima
y acogedora, en el carrer de la Palla, cerca de la catedral. Bajando unas
escaleras había una estancia abovedada con mesitas con velas, una música muy
suave de blues. Realmente el sitio era perfecto. Nos sentamos en una mesita,
uno frente a otro, acariciandonos las
manos por encima de la mesa.
Estuvimos hablando,
con cierta tristeza, de la situación, de las complicaciones. Ella me gustaba mucho, sus ojos, su pelo, sus
labios, sus dientes, su sonrisa, su rostro, su simpatía. Decidimos no pensar y
hablamos de quedar para el domingo ir al cine. Eran más de las siete y debíamos
irnos. Me quiso acompañar hasta el coche , en Urquinanona. Caminábamos cogidos
de la mano, ahora ya más en silencio. En una calle cerca de la catedral
volvimos a besarnos. Apenas pasaba nadie y abrazándola, la apoyé de espaldas a
la pared, mientras seguía besándola. Tenía entonces una mano libre para
acariciarla, los muslos, las nalgas, la espalda, un seno. Llevaba bastante ropa
y apenas sentí el tacto de su pecho, era más bien pequeño y firme. Hice alguna
aproximación a la entrepierna pero ella me detuvo. Su respiración era casi
jadeante, teníamos que detenernos de vez en cuando y nos abrazábamos
estrechamente...
Ya volvimos a
caminar hasta Urquinaona y nos despedimos en una esquina. Habíamos pasado casi ocho horas juntos...
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