lunes, 3 de agosto de 2020

Beso negro.

 

El beso negro es una de esas manifestaciones de la sexualidad humana difícilmente explicable en términos racionales.

 

Ahora bien, si consideramos los asombrosos efectos provocados por la sobrecarga de testosterona y estrogénos respectivamente, junto a otros componentes del cóctel de hormonas que gobierna el comportamiento de dos especímenes en celo,  la cosa adquiere un sesgo más aceptable.

 

De hecho, bajo el influjo del citado cóctel, pocas cosas más deseables y excitantes podemos imaginar que enterrar el rostro entre las turgentes nalgas de una mujer hermosa, y lamer con delectación todo lo que encontremos por allí escondido, provocando de paso exquisitas sensaciones de placer en la afortunada propietaria del culo en cuestión.

 

Recíprocamente, y quizá más asombroso aún,  conseguir que una distinguida dama se entusiasme durante sus exploraciones orales y vaya poco a poco descendiendo hasta deslizar su delicada lengüecita por nuestras regiones anales, al tiempo que  masajea enérgicamente nuestro miembro erecto, es una de las experiencias que difícilmente olvidaremos el resto de nuestra vida.

 

Sobra decir, naturalmente, que se aconseja encarecidamente haber practicado previamente una concienzuda higiene de la zona en cuestión. Y aún así es una práctica totalmente desaconsejada desde el punto de vista profiláctico.  Pero en fin, así es la vida.

 

Cabe decir también que, en contra del conocido dicho popular “donde hay pelo hay alegría”,  el asunto suele ser mucho más apetecible en ausencia de vello, por lo que tanto yo personalmente como mis sucesivas parejas aficionadas a estos menesteres, preferíamos sin duda que todo estuviera bien depilado.

 

Por terminar con un ejemplo, recuerdo  una segunda cita en la que, después de la cena junto a la playa fuimos a pasear bajo las estrellas por la playa oscura y solitaria. Tras los besos de rigor, mi excitación iba en aumento, a la par que mi deseo de consumar la noche como es debido, y añadir de paso una nueva  presa a la colección de conquistas. Ella alegaba que estaba terminando los días de regla, a lo que yo repuse, “no hay problema”. Me arrodillé en la arena detrás suyo, ella de pie, y empecé a besar sus muslos ascenciendo poco a poco bajo su minifalda. Me recreé un rato mordisqueando sus nalgas y finalmente alcancé, apartando ligeramente la tirilla del tanga, a deslizar con suavidad e insistencia mi lengua por su ano, mientras ella, sorprendida, se dejaba hacer…  

 

Por supuesto que al poco rato estábamos en mi casa ejecutando el resto de maniobras al uso. Por cierto, no había rastro de regla.


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